Lejos de intentar ceñirse a una referencia (auto)biográfica por medio del archivo familiar, la instalación se propone sentar un juego plástico entre la pintura, el desecho y el proceso de recordar. Sin embargo, al asumir la memoria como un acto persistente de reinterpretación subjetiva, el recuerdo aparece inevitablemente como una estrategia creativa mediada por la historia particular de cada individuo. Así como soñar, el acto de recordar parte de un esfuerzo íntimo de recomposición estética y narrativa del entorno, dinamizado desde un presente hipotético y en constante reconstrucción.

El Estado de fuga, o fuga disociativa, se entiende como un tipo de trastorno amnésico en el que, temporalmente, una persona olvida total o parcialmente su pasado, volviéndose propenso durante el “escape” a la asunción de una nueva identidad. Para efectos de las pinturas, se alude a la fuga como condición que permite asumir la memoria a partir de un juego creativo de reinvención y de alteración constante del recuerdo. El acto de rememorar se empieza a definir entonces como un proceso de asociación lúdica, más cercano al de la imaginación que al de una “representación auténtica” o absoluta del pasado.