A través de azúcar flores y muchos colores pongo en juego el dibujo del “niño” desde su gestualidad desinhibida, su representación cultural y su naturaleza interpretativa. En el psicoanálisis, el dibujo infantil ha sido un recurso esencial para adentrarse en el inconsciente del propio niño, tal como lo ha sido el tarot para el espiritista o la mano para la quiromancia en el mundo del adulto.

Partiendo de esta reflexión donde el niño mismo se concibe como medio de conocimiento místico, desde mi mirada como adulto y aparente artista, utilizo como recurso el “dibujo del niño” y lo traduzco en una serie de dibujos en los que me propongo jugar con aquellas imágenes arquetípicas que se asocian con los dibujos de los niños ( la familia, la granjita, el monstruo), contrastándolos con un dibujo “maduro” y academizado que busca hilar estos mundos imaginarios intentando darles un sentido; la mirada racional del terapeuta.

Estos dibujos dialogan con una instalación, choza, refugio que pretende simular aquel espacio de retorno a un estado anterior al nacimiento, aquel que conforma la base de toda búsqueda de conocimiento espiritual y pseudocientífico, el principio de la necesidad humana por construir templos.

En el interior de este “templo” sucede lo que desde la psicología cognitiva se denomina make believe play: la descontextualización de los objetos y su resignificación (lo mismo al found object en el arte contemporáneo) como un gesto que alude a la capacidad mágica del niño de manipular la realidad; El niño dictamina la sintaxis del mundo, Este es su súper poder, y con él dedica su vida a combatir el crimen y las fuerzas del mal.