Comentarios de los jurados

Después de liberarse el arte contemporáneo del formalismo cerrado, parece hoy en día que los temas globales de todo estudiante de arte del mundo son la memoria y la muerte. No podemos negar que, desde un punto de vista ontológico, la muerte es el tema de todo arte, de todos los tiempos y en toda cultura: se produce arte para vencer el tiempo, para sentirnos eternos y el primero pasa como testimonio de los muertos a los vivos a través de algún mecanismo de memoria o archivo. Pero en el caso de la instalación Si estas paredes hablaran de Valentina Rueda, se detecta una sofisticación ajena a la mera convicción popular de que todo trabajo simbólico tiene que ver con una metafísica vulgar de la memoria. Entendió felizmente Rueda que la metafísica occidental desapareció en el momento en que el orden piramidal, orientada desde el logos -la causa no causada- cambió su orientación, y con la pirámide invertida, dejó de presidir la manera de entender la filosofía y la religión. En el momento en que Lamarck demostró que lo imperfecto y pequeño lleva a constituir poco a poco lo grande y perfecto, la inmanencia reemplazó a la trascendencia. El hecho fue asimilado y magnificado por la Revolución Industrial y los objetos cobraron vida, adquirieron el alma que antes solo se le adjudicaba a los dioses y a los humanos. Esto no quiere decir que la espiritualidad desaparezca, sino que ahora vive en cada célula de todo ser vivo, y de los seres vivos que son los humanos, esa espiritualidad es endosable, permanentemente, a los objetos, con o sin arte, filosofía o religión de por medio. Al respecto escriben Guy Hocquenghem y René Scherer:

El alma no ha sido reemplazada ni por la máquina ni por la electrónica. Por el contrario, se oculta, por así decirlo, en los juguetes y las muñecas de los niños. Se encuentra por todas partes, pero en los lugares donde no está obligada a encontrarse: por todas partes menos en la moral y lo humano […] entre el alma y el cuerpo, el alma y la máquina, el átomo y la mónada leibniziana, átomo espiritual, existe una reversibilidad constante.[1]

Si estas paredes hablaran es una instalación compleja, en el sentido de pretende traer al presente varias casas donde vivió la artista, pues no es ninguna casa en particular sino una suma de memorias que tratan de ser fieles, no tanto a las plantas arquitectónicas, como al intercambio espiritual entre Rueda y las paredes, objetos y parientes que las habitaron. El problema se vuelve más complejo en cuanto a que la obra es un objeto recién nacido e inédito, que al ser expuesto como obra de arte genera nuevos intercambios que se salen de los diálogos originales de Rueda con las cosas y deja de ser un mecanismo de recordación para ser un contenedor inmanente de una tormenta de afectos, tanto para Rueda como para los espectadores. Es este sacar la memoria de la simple nemotecnia al terreno de la espiritualidad inmanente lo que le da valor a esta obra, eso sin contar su ambiciosa puesta en escena.

En todo este contexto de paredes y almas, la globalización de la inmanencia desde hace un par de siglos no es ningún secreto. Los millones de manufacturas mecánicas y electrónicas, las redes sociales (donde se le escribe y habla a una pantalla con la esperanza de que alguien “con alma” lea o vea lo emitido, sabiendo que eso podría no suceder) y los robots sexuales, pues ya es posible -lo fue desde la leyenda del Golem judaico, pero más recientemente desde que Marie Shelley animó a Frankenstein- hablar con los objetos y que los objetos le hablen a uno, o que los objetos hablen entre sí; el amigo imaginario de la niñez que vivía por pocos años, se ha materializado en las mercancías y nos acompaña hoy hasta el sepulcro. Lo que antes era una condición psicótica, ahora es la norma cultural, es el precio que hay que pagar por la hiper producción objetual y electrónica: “¿estamos locos Lucas?”[2]

En el texto de soporte de Si estas paredes hablaran -lleno de acertadas referencias bibliográficas y vivenciales-, Rueda conversa con varios objetos, incluida una foto tipo Foto Japón:

….me percato de algo. Para salir de mi duda le pregunto a ella misma, a la foto, la aprieto, y le digo: “¿Qué estaba pasando detrás de la cámara? … ¿Quién te tomó? … ¿Por qué estás en sepia?”. Algo tartamuda habla, como volviendo a respirar: “No… no sé, yo sólo puedo mostrarte lo que tengo contenido. Quizá podrías hablar con un video de esos que guardan en el cuarto de tus papás, pero seguramente te topes con lo mismo. Sólo hay un momento, un fragmento, que se capturó en movimiento. Y… y… yo soy lo que soy”.[3]

La foto y Rueda conversan. El tema se pone álgido, pues la “psicosis” crece instalacionistamente luego de recordar varios trasteros:

“Está bien, no te preocupes, tú no lo debes saber todo, para eso me puedo ayudar de la memoria, pero como me gustaría que me narraras más y me mostraras lo oculto. Pero sé que solo puedo procesar lo que en ti hay: una mesa auxiliar de sala cortada, un pedazo de un cuadro de paisaje, un tramo de tapete, una mata (de la cual me acuerdo de su olor, pero eso no es por ti) y a mí sentada en una poltrona”. “Gracias por no presionarme” [responde la foto].[4]

Un recurso más radical aún que organizar objetos dentro de unas paredes falsas, a su vez dentro de un espacio expositivo, es cortar muebles. Si es cierta la inversión de la pirámide metafísica hacia la espiritualidad de lo atómico descrita por Hocquenghem y Scherer, entonces toca cortar los muebles para averiguar cómo es el alma de los muebles. Rueda sigue ese impulso en su instalación. Conversando con una poltrona que rotó por varias salas de las casa de sus parientes, Rueda debe informarle al mueble que al cortarla no la está dañando, sino redimiéndola -mostrando su alma- al insertarla cortada en su instalación:

[…] “Significas mucho para mí porque cargas contigo un valor nostálgico, pero a la vez no me produces lo mismo que un pequeño objeto que cuelga de las paredes de la casa de mi abuelita. Por eso puedo hacerte daño sin remordimiento”. Aún más asustada susurra “¿Daño?” Asiento con la cabeza. “Sí daño, como veras en esa foto no se te ve completo un descansabrazos y por esto deberé córtate de tal forma que quedes similar a como sales aquí”, señalo.  [la poltrona] Grita “Pero, ¡¿para qué hacerme esto?!Sabes que si me lastimas ya no podré ser útil. Me dejarás siendo un mero objeto. Casi que basura”. Le refuto “Precisamente eso quiero, no volverte basura, pero sí extraerte tu esencia funcional y colocarte como un objeto contemplativo, pero que aun así por tu forma y tu bagaje histórico me evocas algo […] Además debes saber que estarás encerrada por unas paredes que te harán discursar y dialogar con ellas.” [5]

Lamentablemente, como en el caso de la fábula de La gallina de los huevos de oro o el tiburón de Damian Hirst, al mostrar las entrañas de los muebles no se ve el alma, aunque es un recurso formal extraordinario y pocas veces visto en el arte actual. Sin duda hubo grandes descubrimientos durante la realización y puesta en escena de Si estas paredes hablaran, pero el cortar algunos muebles es un recordatorio de que si bien la espiritualidad actual es atómica -pixelada dirán los transmillenials-, lo mejor es no tratar de averiguar lo inaveriguable, como que lo artificial -en algunas culturas amazónicas, lo natural está animado por almas paseadoras- tiene alma y simplemente dejarnos invadir placenteramente de la artificialidad y seguir conversándole a celulares recalentados.


[1] Hocquenghem, Guy y Scherer: René. “Almas: por qué las muñecas tienen alma” en El alma atómica. Barcelona: Gedisa, 1987. Pág. 28. (original de 1986).

[2] Frase común dentro de “Los Chifladitos”, sección del programa mexicano Chespirito, en el que dos “locos” vivían dentro de una cotidianidad psicótica. Los personajes aparecieron en 1970-71 y resurgieron entre 1980-95. Creador: Roberto Gómez Bolaños.

https://sites.google.com/site/chespiritochavodel8/el-chapulin-colorado/los-chifladitos

Consultado el 20 de junio de 2019.

[3] Valentina Rueda. Si estas paredes hablaran. Pág. 24.

[4] Idem.

[5] Ibid. Pág. 47.

La estudiante presento la instalación “Si estas paredes pudieran hablar” en la que reflexiona en torno a problemas de memoria y recuerdo. La instalación que presenta la estudiante se relaciona con experiencias personales, principalmente diferentes desplazamientos y cambios de lugar de vivienda que la han marcado.

La instalación presentada es una reconstrucción casi escenográfica de lugares que ella considera son fragmentos de recuerdos de lugares en donde vivió de niña y adolecente. Aunque la instalación resulta inquietante e interesante al momento de recorrerla, encuentro debilidades con respecto al uso de materiales y procesos escultóricos que son profundamente importantes en el acercamiento a la práctica instalativa. Es por esto que la potencia de su propuesta se ve disminuida por el uso tímido en los materiales y las decisiones poco contundentes que se pueden apreciar en la obra.

Creo importante resaltar que el texto se presenta como una especie de ficción que podría extenderse al campo literario, considero que este aspecto se debería explorar de manera mas profunda, ya que es allí donde encuentro una gran potencia escondida la cual creo que la estudiante no es consiente y la deja en un segundo plano restándole valor e interés.

Finalmente es importante señalar que la estudiante enfrentó con decisión la construcción de una obra de grandes dimensiones en la cual se puede apreciar su interés y dedicación para con su trabajo.