Soliloquios sobre cimientos inestables – Santiago López Baracaldo
Un texto en el que reflexiono sobre algunos eventos que considero que han marcado mi vida es el punto de partida de este proyecto. Su escritura fue un intento de establecer los orígenes de las narraciones que me cuento sobre mí mismo y, así, darles sentido para apropiarme de ellas. En el proceso me sorprendí retornando una y otra vez a la casa de mi niñez. Este redescubrimiento de mi historia fue revelador, pero no suficiente. Todo contar es un contar ante alguien más. El impulso original por dar cuenta de mí mismo pronto se transformó en el deseo de compartir lo que había encontrado. En las conversaciones que ese texto propició, me topé con las experiencias homólogas de otras personas: al romper el silencio sobre mi pasado, apareció con cada una de ellas un nuevo horizonte, común y más allá de lo autobiográfico. Dichos horizontes son unos nuevos textos que son, a su vez, guiones.
El resultado de este proyecto es la puesta en escena de soliloquios que se repiten una y otra vez en una casa en ruinas: una cacofonía de voces que inunda el espacio e invita a recorrerlo.
Comentarios de los jurados
El trabajo de Santiago López construye su discurso conceptual y sensible mediante el señalamiento, primordialmente, de las fuerzas actuantes del espacio sobre los cuerpos. Este espacio que, tanto en el texto como en el gesto, es la casa familiar, condensa las tensiones sociales de control y castigo respecto a los modos permitidos para los cuerpos, sus conductas, sus deseos y su régimen de visibilidad.
La casa como espacio de peligro y de borde, entre la sujeción y la realización libre de un cuerpo, es entonces la plataforma donde se despliegan aquellas sensaciones, afectos e interrogantes que incumben al proyecto de Santiago. En esta casa todos los cuerpos, tanto de performers como de espectadores, supeditados a su condición de repetición o vagando errantes a través de los distintos salones, habitan la liminalidad; la realidad inminente del desgaste y colapso de techos, escaleras y muros, dialoga con las estrategias propias de la representación aquí expuestas, ubicando el proyecto en uno de los lugares más ricos y complejos de la teatralidad y la performatividad, como dispositivos de enunciación.
Sorprende favorablemente también el proceso colaborativo entre artistas, es decir, la inclusión del grupo, del clan, no solo para la puesta en escena sino para toda la construcción y tejido de sentido, del texto/gesto del proyecto. Dado que el problema del género, categoría analítica que nos permite estudiar y discutir acerca de la relación poder – sexualidad, va de lo singular a lo colectivo, de lo personal a lo social, del cuerpo a la ley y viceversa, la decisión de Santiago de extender sus indagaciones e incluir a otros parece no solo coherente, sino radical, es decir, política, pues hace evidente que su preocupación es la preocupación de otros, dándole lugar a sus voces.
Respecto a lo dicho en estos párrafos, aquí una invitación a continuar la exploración sobre la relación entre artista y colaboradores, especialmente cuando se trata del trabajo con los cuerpos, con su performatividad, pues existe allí una delicada relación de poder entre dirección e interpretación, es decir, una relación tensa pero por esa razón, sugestiva y desafiante, sobre lo que quiere ser dicho y su traducción, en el margen de libertad del intérprete performer.
Un estudiante presenta su trabajo de grado de la carrera de Artes de la Universidad de los Andes en un conjunto modernista casi en ruinas, ubicado en el barrio La Candelaria en Bogotá. Cuando cruzo la puerta de entrada y me acerco a las casas me llaman la atención las voces que salen de las ventanas de las piezas formando una especie de cacofonía misteriosa. Los espectadores escucha seguimos las voces moviéndonos por entre los cuartos devastados de lo que sospecho es un inmueble de conservación al que los dueños están dejando morir para aprovecharse del terreno. Al entrar en los diferentes espacios van apareciendo los personajes estudiantes. Jóvenes hombres de edades y aspectos similares ocupan este lugar en decadencia, recitando (¿diciendo?, ¿hablando?, ¿actuando?) en voz alta fragmentos de un texto.
Un joven ocupa lo que tal vez fue una sala. Echa leña al fuego de una chimenea mientras cuenta en voz bien alta cómo su papá lo obligaba a comportarse de cierta manera. Otro ocupa un cuartito oscuro explicando lo difícil que era ocultar las uñas pintadas al sentarse a la mesa para la cena familiar. La mayoría parecen angustiados y gritan constantemente como oyéndose en su propia deseperación. La mayoría señala lo que nombra mientras lo nombra: si hablan de uñas se miran las uñas, si hablan de escribir escriben sobre la pared. Literalidad. Los monólogos están basados en ejercicios de introspección y escritura en torno a la experiencia del graduando como hijo, hermano, colega. En la audiencia espectadora hay una mujer que llora mientras recorre las ruinas; alguien murmura que es su hermana.
A la entrada de los espacios hay otros jóvenes que hacen las veces de guías. Explican a la audiencia cuándo entrar o no a los espacios para que su vida no corra peligro bajo la ruina que se desbarata. Al comienzo no me queda claro si estos guías son performers o si el estudiante asume que los miembros de la audiencia iremos decidiendo a medida que caminamos cuáles de estos personajes son parte de la obra y a cuáles nos toca hacer como si no los hubiésemos visto. Quizás el estudiante graduando no tuvo en cuenta que los diferentes actores se combinan en el espacio y que pueden ser asumidos como parte de la obra.
Soliloquios sobre cimientos Inestables se concretó a partir del trabajo realizado por el estudiante en conjunto con alumnos de la escuela de la ASAB y de la U. Javeriana. Basados en los textos que el estudiante les entregó después de reunirlos por convocatoria abierta, el grupo de hombres trabajó diferentes formas de representarlos usando los espacios de la casa. La riqueza de esa colectividad armada por el estudiante es evidente: los jóvenes representan lo que creen encontrar en el texto de formas intensas y comprometidas con un mensaje. El ejercicio colectivo que dio lugar a la presentación final denota capacidad de coordinación y habilidad de escucha y de trabajo en colectivo por parte del graduando.
La pregunta que surge de este ejercicio también salta a la vista: los jóvenes parecen representar una realidad que no está ahí, indagando en un sujeto que vivió esas experiencias (el joven graduando o ellos mismos), buscando desesperadamente transmitir una sensación de encierro, desesperación, tristeza. Pero en ese deseo de representación parece habitar una disonancia que no me permite entrar del todo en este universo intenso de cacofonía interior de casa en ruinas: los monólogos son presentados de forma ininterrumpida deseseperada y ruidosa, casi sin pausas. Es como si trataran de convencerme de algo de manera insistente y con bastante volúmen. Como si dudaran de la fuerza poetica del texto.
Y el texto es preciso, conmovedor, agudo, fuerte, desesperante en su narcisismo y veraz en su calidad. En el texto se recorre la experienca de un niño que vive en su fragilidad la violencia patriarcal del patrón en su día a día. En el texto se hace evidente y queda dolorosamente clara la imagen de la presencia masculina y sus abusos… “hay algo masculino en el deseo de ocupar el espacio físico, verbal, simbólico” del niño. Dominar sus movimientos, dominar sus juegos sus formas de hablar y de querer y de desear.
Al recorrer la casa no hay pausas en los testimonios. Hay pausas al pasar de una escena a la otra. Los monólogos ocupan todos los espacios casi gritando. Los actores parecen querer mostrar lo que dicen representándolo.
Me pregunto si la performance llena los espacios contradiciendo esa experiencia tierna y vulnerable del niño tan bien descrita en el texto. Me pregunto también si el estudiante estará interesado en el futuro en escoger un elemento conceptual estructural como este para desarrollarlo desde su potencia (poetica, simbólica, política, crítica), es decir, si estará interesado en desarrollar su descubrimiento en su dimensión estética más allá de la representación del texto. Más allá de la actuación de los contenidos. Me pregunto, además, si el estudiante exploró el poder del humor. Pienso también que la analogía que propone entre casa y familia es potente en este ejercicio y queda sintetizada mágicamente en el título de la pieza.
Otros elementos que el texto describe y que parecen un caldo de cultivo riquísimo para activar un performance en su materialidad conceptual más allá de su representación literal incluyen: “los procesos de disciplina inducen un estado consciente y permanente de visibilidad”, “Jamás juntar las piernas. Jamás torcer la cadera. Jamás gritar y mucho menos llorar”, “Me vi obligado a pensar en cada paso que di para no exteriorizarlo: todo debía ser controlado. Me volví muy bueno en observar, analizar y copiar”, “Recuerdo un estado constante de precaución y miedo: cualquier paso en falso podía develar lo que yo me esforzaba por esconder”. “Me volví un farsante”.
Durante la sustentación en la terraza sentadas en botes de pintura y cajas viejas las jurados hacemos observaciones a la obra, al proceso, al resultado, al texto. Sugerimos referenciar el material bibliográfico que el estudiante trabajó, el cual es usado en su texto final sin ninguna cita. Escuchamos cómo fue el proceso y manifestamos nuestra admiración por el resultado en su dimensión y riesgo. Expresamos nuestras dudas y recibimos del estudiante un testimonio que es ante todo honesto con su propio proceso y sincero en su indagación. También hay elocuencia, seguridad, coherencia y referentes pertinentes. Aunque señalamos algunas carencias y contradicciones en el resultado final (descritas acá a lo largo de este texto crítico de jurado), decidimos que este proceso merece una calificación meritoria.