En 1955, en las antiguas instalaciones de lo que fue la lavandería de una prisión femenina, bajo el cerro tutelar de Monserrate en Bogotá, entró la luz y el aire de nuevos tiempos y, con caballetes y mesas de dibujo, nació el primer taller de arte de la Universidad de los Andes. Su pintoresco nombre fue “Sección Femenina”, dirigida por Hena Rodríguez. La universidad, fundada en 1948, privada y laica, inauguró un espacio que sacaba al arte de los cursillos de artesanía doméstica, a los que estaba confinado hasta el momento, más destinados a que las alumnas visitaran el campus para que se “casaran bien” —con los más hidalgos estudiantes de economía e ingeniería del país—, y no a que se dejaran despeinar por el soplo vital del arte.
De esta fecha hasta su cierre en 1971, el programa contó con dos fuertes protagonistas, una argentina y un español. Por un lado, Marta Traba, la escritora y crítica de arte, que entre 1956 y 1965 dictó su cátedra de Historia del Arte que a pesar de los continuos bostezos de muchas señoritas, pudo transmitir a una inmensa minoría de mujeres, y uno que otro jovencito, una pulsión por el arte que aun late en quienes la conocieron. Lo mismo hizo el artista Juan Antonio Roda, que comenzó como profesor de cátedra pero que desde 1962 ejerció como director y supo transformar una escuelita de bellas artes en un espacio que anteponía la creatividad a cualquier otro requisito, bien fuera formalista o burocrático, y que tenía planes para expandir la noción de arte a muchos niveles, desde la concentración en el arte por el arte hasta integrar artesanos y contar con un área gráfica y editorial dentro de la escuela.Esta etapa llegó hasta comienzos de los setenta cuando el programa fue cerrado bajo el argumento de la inviabilidad económica, un sofisma técnico que cortó de tajo el sarampión de las revueltas juveniles que comenzaban a contaminar la universidad: muchos estudiantes y profesores de arte estaban entre las personas infectadas y no solo hicieron pública su protesta a nivel interno, sino que publicaron cartas en los medios. La exposición de los malestares de Los Andes a nivel público, más que la protesta misma, fue lo que más alteró a algunos miembros del consejo directivo de la universidad. El Decano de la Facultad Bellas Artes y Arquitectura renunció.
En 1974 se graduó el último de los alumnos inscritos en arte. Con Roda y Traba desapareció también el rastro del arte en la universidad. Pero en 1978, gracias a un énfasis en ciertos cursos de extensión, surgió el Programa de Textiles y nuevamente, vía un pensum que le dio seriedad a una actividad que muchos veían como artesanía, el arte volvió a tener cabida en la universidad. Es posible afirmar que sin la tenacidad de María Teresa Guerrero y de sus cómplices, que en 1982 inauguraron el programa de Talleres Artísticos, hoy no habría arte en la universidad.
Desde entonces han pasado unos cuantos directores, decenas de profesores y cientos de alumnos. El programa cuenta con cuatro áreas, dos de creación: Artes Plásticas y Medios Electrónicos y Artes del Tiempo; y dos que exploran todas esas transacciones que interpretan y condicionan la percepción: Historia del Arte y Proyectos.
Reformado el programa, un nuevo pensum fue aprobado y desde el 2012 hay un pregrado en Historia del Arte. Pero el arte continua negociando su lugar en la universidad: entre lo público y lo privado, entre lo social y lo asocial, entre la normatividad y el anarquismo, entre el acomodamiento y la ansiedad, entre el negocio y el ocio, entre el orden y la libertad. La actividad incesante que demanda el arte —más allá de los hábitos académicos y profesionales— requiere de una actitud profanadora; más que universidad requiere de vida universitaria, una condición vital que sumada a un destino incierto permitiría habitar este lugar aquí y ahora, y convertir la experiencia académica en auténtico experimento.
¿De qué vive un artista? ¿Qué hace un historiador del arte? Estas son preguntas familiares al hablar de arte y adquieren relevancia antes o después del paso por la universidad. Es claro que no hay anuncios de empleo de “se busca un artista para exponer su obra y llevarlo al éxito”, pero lo que sí hay es la necesidad de emplear personas creativas con una alta comprensión del hacer y el pensar a través de los recursos de la imaginación. Artistas e historiadores del arte capaces de materializar intuiciones y actitudes en formas, conceptos y procesos, personas listas para actuar en proyectos individuales o en iniciativas colectivas. Artistas e historiadores del arte que, antes que creadores, sean lectores atentos, tanto que el hábito de leer e interpretar las circunstancias los hagan responder con lo que saben hacer, obras.
Es ahí donde el programa de arte de la Universidad de los Andes actúa, a través de su pensum. Un espacio que ofrece al estudiante una amplia y variada oferta que le permite especializarse en una o varias zonas de interés. A esto se suma una vida universitaria que lo pone en contacto con personas creativas, exposiciones, conferencias, prácticas, intercambios, viajes. Toda una serie de eventos visibles e invisibles que permiten habitar este lugar aquí y ahora, y propiciar la contingencia de un verdadero aprendizaje.
Lucas Ospina
Profesor asociado