La manzana que entregó Eva a Adán es el objeto trascendental al final del tiempo, pues es esta manzana la que nos otorgó la conciencia, que en un principio es el conocimiento del futuro, el pasado y el ser.

Aquel objeto no euclidiano, no newtoniano, no explicable ni razonable. aquel objeto que destruye todos los limites puestos por el lenguaje del hombre. Aquel objeto que, con solo su mera presencia, derrite las columnas sobre las que reposa el entendimiento del misterio de la existencia.
Cuando este objeto se presenta a nosotros, La realidad se distorsiona y se oscurece, los pájaros dejan de cantar y la temperatura baja. La pregunta infinita vuelve a levantarse entre los engaños que nos formamos, los engaños de intentar explicar esta realidad. El abismo oscuro, después de atisbarlo, vuelve su mirada a nosotros, se ríe cruelmente, y dice:

-oh pobres monos, pretenden entender una respuesta cuando ni siquiera saben formular la pregunta.

Una pregunta inescapable, incontestable, infinita. El objeto materializa esa pregunta. El objeto materializa el temor a ella, su inevitabilidad. La forma de este objeto viene de las formas en una mente moribunda se distorsionan y confunden, se entremezclan en el tiempo y el espacio. El objeto es la parca, el carnicero al final de la fila. El objeto es la manzana de adán.