Cuando pienso en el hogar, no pienso en mi casa, en mi espacio privado y, por lo tanto, íntimo; tampoco en las personas que rodean ese espacio. Más bien, pienso en las calles que me acompañan y me abrazan, los buses, los paraderos, las tiendas, los puentes, las avenidas, la multitud. La ciudad es mi hogar, en ella encuentro mi reflejo, encuentro respuestas a preguntas que me agobian; encuentro en la complejidad y los múltiples matices y contrastes de Bogotá todo eso a lo que no le puedo dar palabras, me encuentro a mí siendo una partecita mínima de un caleidoscopio que somos todos, que somos la ciudad. Para mí el Transmilenio refleja el sin fin de matices y contrastes que es esta ciudad, que soy yo y somos todos, seres complejos, contradictorios, que podemos ver nuestro reflejo en la multitud que pasa todos los días por estos buses rojos. Y, a la vez, las ventanas de estos buses recorren de punta a punta toda esta ciudad, nos muestra esos contrates que no sólo se encuentran en nosotros, sino en la manera en que construimos el espacio que habitamos.