Una ramita de romero me lo contó – María José Dávila Rivera

Este proyecto nace de mi reciente interés por escudriñar, desempolvar y espulgar los archivos fotográficos, culinarios, vegetales y anímicos de mi familia; en los que, además de toparme con momentos e imágenes con las que sólo podía soñar, me encontré con muchas plantas. Plantas en las fotos de las casas, en los jardines, cocinas, techos, pisos, enredándose en las columnas y agarrándose a las paredes como si quisieran comerse la casa; como si quisieran, a propósito, ser partícipes de nuestras vidas. Y no es gratis su deseo, porque esa presencia vegetal la sentimos y la relacionamos a nuestras vivencias: que las rosas para Amor y Amistad, que el cilantro y el ajenjo para la panza, que el palo de guayabas pa’ trepar, que la suculenta para quien se le muere todo lo que toca. Las plantas se comen nuestras vidas, nuestras casas y nuestras memorias adquiriendo una presencia e identidad por cómo las concebimos, por cómo las recordamos, por cómo las escribimos e imaginamos. Adquieren una personalidad múltiple: se convierten en monstruos, personas, símbolos de cosas y momentos que interpretamos en forma de colores, palabras, sentimientos y visiones sobrepuestas e incorporadas en sueños junto a nuestras ideas sobre la casa.