Es una creación humana con vida propia, significados y relaciones que nosotros mismos hemos pactado colectivamente, somos los portadores de ese virus que cada vez se expande más sin que nada lo detenga. No son entidades pasivas que coexisten con el humano, median la manera en como nos relacionamos tanto el uno con el otro o como interpretamos las distintas situaciones a las que estamos expuestos. Las imágenes hacen parte de un sistema que funciona en paralelo a nuestras vidas, una segunda naturaleza de la cual la humanidad nunca se ha liberado.

Ante tanto contenido a nuestro alcance, no sabemos qué escoger. Nos encontramos saltando de un lado a otro, buscando algo que nos llame la atención y frene ese salto constante. Tenemos géneros, moldes que ya conocemos, escenas que hemos visto miles de veces. Nos alimentamos de las mismas historias maquilladas con otros nombres, lugares y personajes, pero al fin y al cabo terminamos rumiando del mismo esqueleto. Esa comodidad narrativa y perceptiva normaliza nuestra fragmentación del contenido, da por sentado, como si siempre hubiera estado presente la desfiguración de continuidad y orden que diariamente infligimos.

Tomamos la imágenes como signos inamovibles que hemos construido. Pero nos olvidamos que están a nuestro alcance, que es un lenguaje maleable y es ahí donde entran en escena herramientas como cortar y pegar, fragmentar y descontextualizar. Que permiten juntar dos o mas realidades distintas en un mismo lugar, donde sus significados y valores asignados son truncados por su desplazamiento y unión. Aboliendo las relaciones sistemáticas y contextuales a las cuales estamos acostumbrados y dando paso a nuevos significados, relaciones y narrativas.

Es en ese teatro de la imagen desde donde se puede cuestionar la manera en que abordamos, leemos e interpretamos las imágenes. Permite la construcción de una nueva lógica, donde no basta con señalar qué elementos conocidos la componen. Es entrar en un nuevo terreno donde forma y significado han sido trastornados.