Margarita Bermúdez

Margarita fue una mujer

Su nombre aparece en Raúl Gómez Jattin así: Margarita Bermúdez, y a Margarita Bermúdez toca llegarle en una canoa de madera.

Margarita vive con un palo de mango en el jardín de su casa; su jardín esta desolado, lleno de gallinas y costales, sobretodo lleno de olor a gallina. El palo de mango está ahí desde que Margarita Bermúdez tenia tres años, su padre lo sembró. Su padre no está. Los mangos del palo de mango de Margarita Bermúdez son ácidos y están manchados; pegajosos. Sus mangos son virulentos, tienen manchas negras como de infección, como de mal de selva. Sus mangos caen duro en las mañanas. Suenan: paf. Sueltan su jugo de manera inmediata, como los huevos cuando se estrellan con el piso, como algo muy espeso: como el semen de los hermanos de Margarita. Pero los mangos son de Margarita.  Permanecen pegados en el piso de baldosa roja, vino tinto; los mangos se asientan en el piso. Ahí los desaparecen las hormigas. Las chanclas de Margarita Bermúdez tienen la suela pegajosa, son color rosado, tienen una rosita del tamaño de Margarita en toda la unión de los pies; a veces ella alcanza a sentir sus dedos pegados por la salvia dulce de los mangos. A Margarita no le gusta lo pegajoso en sus pies, por eso se lava en una poceta echa para lavar los pantalones pesados de los varones. Las baldosas de la poceta son pequeñísimas, entre ellas se esconde una capa de suciedad leve, de la negrura de aquello que se asienta en el calor. Margarita abre la llave para llenar la poceta y meter sus pies. Donde vive Margarita el agua es escasa, hace rato no llueve. A Margarita no le importa. Margarita quiere sus pies limpios. La poceta donde Margarita quiere lavar sus pies es muy profunda y ella todavía es pequeña, para subirse necesita de la ayuda del balde al revés que usa la vieja Isabel para limpiar esa casa selvática. Margarita voltea el balde y se monta en la poceta, han pasado muchos minutos hasta que se finalmente se lleno. Margarita quiere su propio jacuzzi, su piscinita, la versión miniatura de la casa de las sirenas, como las que tienen sus muñecas. Cuando se mete a la poceta se le olvida calcular el agua, ahora hay mucha y Margarita llena todo el patio de ropas del agua de la poceta, se ha regado todo y transcurre derramándose entre las baldosas también vino tinto. El agua fluye sola y libre a diferencia del jugo de los mangos. Margarita piensa en su hermano Roberto, el mayor después de Carlos que se fue a la ciudad a estudiar. Roberto le va a decir a Margarita que como es tan tonta para regar toda el agua de la poceta. Después le va a preguntar que cómo no se desnucó entrando a la poceta. Roberto va a llamar a Isabel, la negra del trapero que limpia la casa, Isabel le va a decir a Margarita que porque es tan tonta y despeinada. Y Margarita con sus chanclas rosadas con una rosa en la mitad los va a mirar como un pájaro inútil, va a subir apenada arrastrando toda el agua hacia los cuartos. Va a ir a llorarle a su hermana Mercedes, Mercedes Bermúdez. Su hermana Mercedes le va a decir, Margarita, pero como se te ocurre hacer eso. Mercedes se va a reír, con risa intramundana, con risa quien sabe de donde, llegada desde otro lado. Margarita va a subir al cuarto de su madre, su madre le va a decir ve’ que te pasó. Margarita no va a hablar. Su madre va a estar guardando la patilla más rosada y fresca de la plaza en la nevera para cuando llegue su esposo: el señor julio. Julio llega a las seis. Todavía no sabe lo que hizo Margarita. Pero Margarita ya desbordó la poceta profunda del patio de ropas, dejó que el agua saliera, entrara por todas las puertas a la casa, caminara entre los sofás de cuero del bar del Padre y las sillas de mimbre de la sala de la madre. Margarita abrió la madera con el agua, dañó los tocadiscos, serpenteó con todos los escombros que estaban acumulados en una esquina de la casa, los arrastró y los llevó por todos los otros rincones donde no habían estado. Margarita dejó que la basura saliera del basurero, o más bien el agua, pensando a través de Margarita. El agua trasladó la basura y la llevó a la sala, al comedor, entre las sillas, cerca al whiskey. Margarita entonces destruyó todo, enlodó con agua su casa. Margarita ve desdibujada su casa entre tanta cosa aguada. Margarita se mira sus chanclas rosadas, sus pies ya no están pegajosos del semen de los mangos.