Inquietud- Parte 1

Aún no entendí bien lo que pasó. Sé que la niña ahora está en manos de una nueva familia, ya era hora de que alguien se hiciera cargo de ella. Aunque qué miedo.

La pequeña Ana llegó junto a su familia hace unos dos años al barrio. Nuestro barrio se compone por simples cinco bloques de ocho casas cada uno, por aquí no hay nada de edificios. Los edificios se pueden ver a lo lejos, muy lejos. Cada casa es única. Cada casa tiene su sello personal, y aún somos una comunidad muy unida. Por aquí nadie va por encima de nadie. Todos nos cuidamos mucho entre todos.

He vivido aquí toda mi vida. Crecí con los hijos de nuestros vecinos y actualmente son el círculo más importante en mi vida. Ana llegó hacia sus diez años, yo tenía 14. Eran edades incompatibles y por eso casi no le paraba bolas a lo que hacía. Me habían contado que  Ana era demasiado inquieta. Según mis amigas, se la pasaba haciendo bromas. Escondiendo cosas y tales. Nada fuera de lo normal. Su inquietud estaba llegando al borde del descontrol. Según mi mamá me contó, sus padres desesperados estaban buscando ayuda para que Ana aprendiera a comportarse como el resto de niñas de su edad. El problema es que no tenían cómo pagar los tratamientos y las citas.

Llegó el punto en que las bromas de Ana dejaron de ser graciosas y tomaban retorcidos caminos. Me acuerdo que una vez, a María, una vecina de su lado, le regalaron un animalito. Si no estoy mal, era un golden retriever.

Me acuerdo que María un día corrió llorando a mi casa porque no encontraba a Suso, su perro. La casa había estado sola porque sus papás tenían unas vueltas que hacer y ella estaba en el colegio. Yo le ayudé con lo que pude. Hicimos afiches para pegar en todo el barrio y pasamos por las cuarenta casas del barrio. Nada. Nada. Nadie nos daba información alguna de Suso. No sé qué pasó mientras, pero a la semana nos dieron razón del paradero del perro. Los papás de Ana estaban muy avergonzados, pues empezaron a percibir un olor rancio y metálico particular en el cuarto de Ana. Después de una búsqueda intensiva apareció el cadáver del perro cubierto de pegotes de sangre y casi desintegrado en el armario de Ana. Por eso habían tantas moscas. Nadie sabe cómo Ana logró robarse a Suso ni lo que le hizo. Eso sí. Alguien me contó que Ana se comió algunas partes del perro, no se sabe si vivo o muerto. Desde ese día Ana se convirtió en un problema para sus padres. Ellos se la pasaban muy alterados todo el tiempo. No la dejaban salir. Su recorrido era del colegio a la casa y de la casa al colegio. Con toda la razón. Qué asco. Ojalá se haya lavado la boca después de eso.

El punto es que en el barrio están corriendo rumores de que quizá la pequeña Ana no es la pequeña Ana. Dicen que quizá ella fue la que asesinó a sus padres. Dicen que quizá también los masticó.

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Por: María Paula Duarte