Por: Ana María Rivera

En un intento por revolucionar la experiencia de una exposición artística, el museo del Banco de la República implementa un método de aproximación al arte que resulta nuevo en nuestro país: utilizar la experiencia para crear sentido. La exposición está organizada de tal manera que propicia una aproximación sensorial del espectador sin ayuda de grandes textos en inglés y en español al inicio de cada obra, ni la de un guía que recite información que pueda encasillar la opinión e interpretación del observador. El recorrido se plantea en dos tiempos: el primero es una exploración de las obras, sin guía, sin orden y sin ninguna duración determinados, y el segundo ocurre en una sala interactiva donde el guía plantea una mesa redonda y se discuten los temas una vez vistas las obras. Esto es lo que sucede en la exposición “Tierra de / por medio”, en donde el contenido tuvo tres momentos diferentes de apreciación y empatía y en donde se puede afirmar que el éxito de esta exposición fue rotundo por su diseño de experiencia.

El primer momento resultó ser una aproximación complicada. Los preconceptos que rodean los temas concernientes al conflicto del siglo XX y XXI en Colombia hacen que el tema sea distante de nosotros por ser citadinos y tener la guerra lejos. Una llegada lenta a la sala, un texto pesado introductorio antes de entrar, un dibujo de gran formato en carboncillo al lado de la puerta y unas bitácoras que demostraban el trabajo de campo de años de los autores de las obras expuestas al interior. Leí el texto tratando de prepararme para que me hablaran de estos temas difíciles de digerir que casi siempre terminan por evadirse, vi las bitácoras centrándome en los dibujos tan dedicados y pasando por alto de los textos pesados que hablaban sobre el estudio antropológico realizado en comunidades que tienen la guerra como vecina. El gran dibujo en carboncillo a simple vista era una selva, un paisaje que podría ser genérico, pero al acercarme noté que, en otra intensidad de línea y con mayor detalle, había un grupo de monjas (casi descontextualizado del concepto general), un grupo de campesinos y un grupo de guerrilleros.

Sin más pensamientos entré disponiéndome a seguir la rutina general de las exposiciones: grandes textos, silencios momentáneos interrumpidos no más por el caminar de las personas en espacios con gran capacidad acústica en los pisos de madera laminada, obras dispuestas para no ser tocadas y vigilantes en cada esquina que están pendientes de que nadie dañe lo que se está exponiendo. Sin embargo, me sorprendí cuando me saludó la guía y me dijo que hiciera el recorrido y que después podría volver para discutir los temas con ella si quería. Eran cinco obras, cosa que el espacio no delataba. Creí que el recorrido iba a ser lento, pero en menos de quince minutos estaba saliendo por la puerta final. A grandes rasgos la primera obra era un salón lleno de machetes colgados desde el techo apuntando a las cabezas de quienes estuvieran pasando por debajo acompañado de un contenido audiovisual en donde se escuchaba el sonido que generan las hojas metálicas al ser afiladas y un loop de unos campesinos haciendo esta labor. La segunda obra, eran unas bolsas de heno enumeradas del 1 al 500 apiladas en un salón de las mismas proporciones al anterior. La tercera eran unas hojas dispuestas en la pared de forma que se asemejaban al camino de las hormigas obreras cuando van hacia el hormiguero. La cuarta obra era un cuarto oscuro con racimos de banano, pudriéndose, colgados desde el techo dispuestos en toda la sala y al final de estos racimos, unas pantallas adheridas que proyectaban las noticias de la violencia en el piso en donde era necesario acercarse para poder escuchar el audio correspondiente. Y finalmente, al salir, el dibujo de gran formato de la selva que mencioné anteriormente.

Es aquí donde termina el primer momento de apreciación de la exposición, en donde la empatía era lejana, casi ausente. Entendí que se hacía una mezcla del componente campo y del componente violencia, pero al no tener un contexto histórico detallado creí sentirme ambivalente. Tenía la certeza de haber visto un contenido más sobre el mismo tema que poco interés despierta entre nuestra generación: la violencia en Colombia. Creí que lo que podría decirme la guía serían más noticias sobre masacres y tiempos difíciles en nuestro país, cosas que podría catalogar como genéricas. Estuve a punto de irme, pero la angustia que sentí en la obra de los bananos me dejó con curiosidad.

Es así como decidí regresar a la primera sala y hablar con la guía, llenar un poco los huecos de contexto que tenía y saber a qué hecho histórico en particular se refería cada obra. Me senté y la discusión comenzó con una pregunta motivante por parte de la guía: ¿qué opinas de la primera obra?  ¿qué sentiste y qué entendiste? Los machetes: se sintieron agresivos, la punta de estos artefactos colgaba desde el techo y dejaba un espacio libre de 1,75 metros, apenas la altura para caminar cómodamente para un colombiano promedio. Un sonido de hojas metálicas siendo afiladas que recordaban que lo que pendía de los hilos eran herramientas corto punzantes que podrían caer en cualquier momento y hacer daño. Se sentía tenebroso, eran cosas que no debían estar en esa disposición y la angustia hacía que uno fuera a ver el video y regresara rápidamente para sentirse a salvo.
 

La respuesta de la guía fue corta, gratificante e intrigante: sí, eso es la obra”. ¿cómo interpretas eso? Eran herramientas para trabajar la caña de azúcar puestas en contra de uno, con el mango lejos y el filo casi tocando mi cabeza. Se sentía como si el conflicto al que se refirieran se tratara de algo relacionado con los campesinos tomando las herramientas como armas. Sí, eso es la obra –añadió nuevamente la guía (Laura, como pude ver en el botón que llevaba en su chaleco). Y aquí empezó a explicar la obra, argumentando que ese primer acercamiento sensorial era lo que se debía resaltar. Cada obra hace referencia a un hecho histórico en concreto, pero, al terminar la interacción con Laura, me di cuenta que, sí son hechos “genéricos”, son momentos de la historia que siguen sucediendo, son momentos que se repitieron y se siguen repitiendo, son situaciones que aún no superamos. Esta obra habla sobre la rebelión que se formó en los ingenios de azúcar, en donde efectivamente las herramientas de trabajo se convirtieron en armas, en donde los papeles se invirtieron a raíz de las reclamaciones impuestas por los trabajadores ya que las tierras (raíz del problema general en Colombia) habían sido tomadas por grandes compañías y debían ser trabajadas por los campesinos (antiguos dueños de los suelos) a cambio de pagos miserables y condiciones deplorables.

La segunda obra eran las bolsas numeradas del 1 al 500 llenas de heno, apiladas en el centro de la sala. Pensé en que no había ninguna certeza de que fueran 500 como decía el título, ya que se encontraban en desorden, que adentro traían heno pero que también podrían hacer referencia a los cuerpos de los falsos positivos o a las fosas comunes que se denuncian con relativa frecuencia en los noticieros. Laura me aclaró que se trataba de varios miles de hectáreas que se habían prometido para los campesinos pero que no se habían entregado. Una vez más el problema surge en la repartición de las tierras entre las distintas partes y el debate sobre quienes deben ser los dueños y sacarle provecho al suelo.

Luego estaban las hojas dispuestas como hormigas que van al hormiguero en fila por las paredes de la sala. Pensé en los campesinos trabajando para alguien más la tierra. El punto clave es que se trataba de las hojas de coca que serían trasportadas para su procesamiento a cocaína. Aquí se habla del momento en que los campesinos se enfrentan a los grandes grupos criminales dedicados a la producción de cocaína, en donde las tierras son arrebatas de sus dueños para ser cultivadas con coca y abastecer el negocio internacional del narcotráfico. Habla también de la satanización de la coca, de cómo esta planta se convirtió en sinónimo de cocaína y en donde la solución más efectiva no está en combatir los grupos dedicados al negocio de la droga, sino en combatir la materia prima.

Después hablamos de los racimos de bananos podridos que penden del techo a oscuras. Hace referencia a la masacre en las bananeras del año 1928. Es una obra en la que la angustia invade al espectador. Desde afuera de la sala no parecen racimos colgados sino cuerpos de humanos dispuestos al estilo de una carnicería. Algunos bananos se han caído al suelo por el estado de descomposición, sin embargo, el olor dulce que invade la sala confunde y tranquiliza. A medida que pasan los minutos y la pupila se va acostumbrando a la oscuridad, los bananos se esclarecen y recorrer los espacios entre racimos es más llevadero. Se escucha el tono monótono y preocupante de los presentadores de noticieros hablando de un sin número de víctimas, de una masacre de un momento angustioso. Son noticieros que se escuchan y cuando uno se agacha se ven las imágenes a blanco y negro proyectadas en espejos pequeños dispuestos en el piso. Una fruta dulce que deja un sabor verdaderamente amargo al caer en cuenta de qué se trata.

Por último, hablamos del dibujo a gran formato de la entrada, una selva que al acercarse revela tres grupos distintos de personas, pero que desde lejos solo parece una selva frondosa y nada más. Las monjas, los campesinos y los guerrilleros. Son los tres actores que llegaron antes que las multinacionales a los territorios más recónditos de nuestro país. Siendo los campesinos los sometidos en ambos casos, ya sea por las monjas con labores evangelizadoras o los guerrilleros reclamando tierras a diestra y siniestra.

Para concluir, es importante resaltar dos grandes descubrimientos que quedaron después de visitar la exposición “Tierra de / por medio”. El primero: que el origen de los enfrentamientos armados en Colombia se da por las discusiones sobre quiénes son los dueños de la tierra, quiénes le sacan provecho, y cómo le sacan provecho. Y el segundo: que la manera cómo fue diseñada la experiencia de recorrido fue fundamental para poder sacarle provecho a todo el contenido que había en esas cinco obras. Los enfrentamientos en Colombia tienen una misma raíz: la tierra. Y es un tema que por ser citadinos y ajenos al campo creemos que no nos incumbe. Es difícil acercarse a este tipo de contenidos sin la típica frase de “otra vez violencia en Colombia”. Resultó fundamental haber visto las obras sin la información de los guías, haber sentido todo de manera cruda, haber sentido la angustia de las herramientas vueltas hacia uno, creer ver cuerpos humanos colgados del techo, ver el dibujo aparentemente descontextualizado y después haber hablado con Laura quien, además de explicarme a qué se hacía referencia con cada obra, escuchó lo que yo tenía por decir y lo complementó con un contexto histórico mucho más profundo sobre lo que sucede y ha sucedido en los últimos 100 años en el país. Sin duda alguna despertó mi interés por el tema, lo acercó a tal punto que disipó la indiferencia y creó empatía con la patria. Una visita que empezó siendo un requerimiento para una clase, terminó por ser un tema de interés, un abrebocas a tener cercanía con la realidad e historia de Colombia.


Imágenes de la exposición: https://www.banrepcultural.org/exposiciones/tierra-de-por-medio