Una exposición de José Horacio Martínez

Por: Juliana Fagua Arias

El jueves 2 de marzo de 2017 se inauguró en la galería Duque Arango, en la ciudad de Medellín, la exposición Cartas de Argonauta del artista caleño José Horacio Martínez, quien ha trabajado también medios como el dibujo, la fotografía y el video digital, y ha sido ganador del primer premio en el XXXV Salón Nacional de Artistas (1994) y el V Salón Regional de Artistas, Zona 5 (1992) entre otros. El término “Argonauta” (del griego argos, el nombre de la nave, y nautes que significa marinero) proviene de la mitología griega y se refiere a los héroes que viajaron desde Págasas hasta Cólquide en busca del vellocino de oro, el vellón de un carnero alado hijo de Poseidón. La expedición tenía como objetivo que Jasón, su comandante, ocupara justamente el trono de Yolcos. El término también está ligado a las innumerables aventuras y peligros que los viajeros enfrentaron para poder cumplir su cometido. En este sentido, esta muestra recoge una serie de pinturas que evocan la historia y forma de vida de las comunidades precolombinas, haciendo uso por un lado de elementos pictóricos que remiten a los bongos indígenas y a sus viajes por los ríos y mares del país, y por otro a un manejo del color explosivo y vibrante que alude a los animales de la selva y a los pájaros multicolores. De esta manera, las exploraciones geográficas realizadas por estas etnias pueden considerarse el tema general de la exposición, algo que concuerda con las preocupaciones temáticas de Martínez, que ha trabajado permanentemente con la relación entre el paisaje, el territorio, y el hombre que lo habita, sintiendo un interés especial por las negritudes presentes en su ciudad, de las cuales él desciende. El estilo típico del artista también está presente en esta exposición, donde el color, la pincelada y la materialidad de la pintura adquieren prioridad como normalmente lo hacen: “Su trabajo pasa por obras cuyas pinceladas son dinámicas, libres y casi abstractas. En donde las líneas adquieren movimiento entre el color que hace parte de su herencia negra y una ciudad de una cultura colorida como Cali”[1]. Teniendo esto en cuenta, para la siguiente reseña crítica se seleccionaron dos obras que abordan el tema de la exploración del territorio desde dos puntos de vista distintos y complementarios: primero, la obra La Orilla del Rio, un lienzo de 150 x 271 cm hecho con acrílico y tinta que se aproxima al territorio desde los ríos, y segundo, el Paso del Tigre, un lienzo de 159,5 x 279 cm hecho también con acrílico y tinta, que aborda el territorio desde la selva.

En primer lugar, La Orilla del Rio es un lienzo de gran tamaño en el que predominan los colores rojos, naranjas, rosados y amarillos con usos esporádicos de azul y verde. Estilísticamente prevalece el uso de la mancha azarosa y difusa, por lo cual los colores se mezclan hasta generar infinitos tonos dentro de la composición. Sin embargo a esto se contrapone el uso que Martínez le da a la tinta negra, con la cual realiza dibujos precisos y muy pequeños basados en la línea definida. Con la mancha, Martínez representa el espacio, la atmósfera de un rio que por su fluidez y rapidez se hace inaprensible. En este sentido, el manejo estridente del color se relaciona con el efecto que la luz tiene sobre el agua, la vegetación e incluso el aire. Por otro lado, la prevalencia de colores rojos, amarillos, naranjas y rosados pueden hacer referencia también a la temperatura del ambiente, al calor y la humedad que rodean los ríos colombianos, mientras que las manchas azules nos refieren al frescor y a la brisa del agua. De otra parte, las minúsculas representaciones en tinta negra nos muestran varias orillas en las cuales se distinguen decenas de palmeras, y a las cuales están llegando bongos indígenas. Esta jerarquía llama la atención, ya que el artista hace evidente el tamaño pequeño de los habitantes, en contraposición a la inmensidad del paisaje, lo cual puede interpretarse como una consciencia del ser humano como un elemento más del territorio, de la naturaleza, no como un ser superior que la posee y la controla. Ahora bien, la composición horizontal del cuadro y la disposición de las manchas en él remiten a una vista aérea del territorio que puede relacionarse con un ejercicio cartográfico, una intensión por mapear los ríos y las tierras circundantes que está muy ligada al ejercicio del viaje:

Antes de la historia, mucho antes de este encuentro de caminos, cada viaje comenzaba con cartas, pinturas previas. Manchas sobre la piedra pretendían adivinar la suerte del peregrino antes de emprender su travesía. Los territorios por explorar se dibujaban minuciosamente, buscando conjurar las fieras y demonios antes de encontrar la luz.[2]

Así, la pintura La Orilla del Rio puede pensarse como un ejercicio cartográfico que busca, a través de una vista aérea, capturar la atmósfera, la temperatura y las sensaciones de un paisaje ribereño, aludiendo a la idea de los viajes de exploración del territorio realizados por los nativos.

En segundo lugar, en el Paso del Tigre vemos un ejercicio inverso en términos de color, brindando prioridad a los colores verdes y azules, con usos esporádicos del rosado, rojo, amarillo y naranja que sirven más que todo para enfatizar ciertos elementos del cuadro. Se conserva al igual que en el cuadro anterior una contraposición entre mancha y línea por medio del uso del acrílico y la tinta negra y blanca. Esta composición, al igual que la anterior, no tiene un centro y es completamente asimétrica, de manera que los contrastes de color son los que enfocan la atención del espectador y los que brindan jerarquía al cuadro. De esta forma, sobresale una mancha roja y rosada en la esquina inferior izquierda que, debido a la representación de pliegues y a la presencia de árboles, puede entenderse como una cadena montañosa a la cual llegan los bongos indígenas. Por otro lado, en la esquina superior derecha, formando una diagonal, vemos una mancha naranja con rayas negras que interpretamos como el tigre. Así, conviven en esta composición representaciones ribereñas o marítimas, identificadas con los colores azules y verdes, y representaciones terrestres y selváticas. La manera aparentemente azarosa en la que se presentan las manchas y los pequeños dibujos de la composición, al igual que la combinación infinita de colores en el cuadro, nos remiten a un ambiente silvestre en el que aún no ha intervenido el control de la razón humana, y las fuerzas de la naturaleza, vegetales y animales, todavía se expresan de manera fortuita e indomable. Teniendo esto en cuenta, existe en el cuadro una maestría admirable en cuanto a la contraposición del color con la línea, ya que si bien el primero se expresa de manera caótica junto con la mancha, la segunda lo contiene para dar sentido a la composición, y ayudar al espectador a identificar pequeños detalles narrativos asociados a la vida indígena. Por un lado entonces el color remite al vigor de la vida agreste y a la fortaleza de aquellos que aún vivían íntimamente conectados con ella. Según Martínez, la combinación explosiva de tonalidades remite “Al color estridente de quien no tiene miedo de vivir con el orgullo y el pundonor con el que lo hacen los animales de la selva, y hablo de los pájaros multicolores que conquistan con sus plumas, sus penachos”[3]. Por otro lado, la línea muestra las pequeñas embarcaciones indígenas, aproximándose a las orillas del territorio, las altas palmeras, y enfatizan las olas y los movimientos ondulantes del agua al igual que el terreno escarpado de las selvas. En palabras de Martínez, “La mancha aparece como una forma no contorneada, es la línea que trata, que lucha para ajustarse y darle sentido a la vida, para configurar en sí misma el pensamiento del hombre”[4].

Para concluir quisiera remitirme a la exposición en general y al espacio de exhibición. La Galería Duque Arango es un referente claro a la hora de hablar de arte moderno y contemporáneo latinoamericano. El espacio ha mostrado históricamente una preferencia por la representación abstracta, el manejo expresivo del color, la pincelada, la mancha y la experimentación con la materialidad pictórica. Esto puede verse en las exposiciones recientes que han tenido lugar aquí, mostrando artistas como Carlos Jacanamijoy, Oswaldo Vigas y Fernando de Szyszlo. Ahora bien, “Cartas de Argonauta” consta de una serie de cuadros que comparten características formales y estilísticas en relación al uso del color, de la línea y de la mancha. En todas las obras encontramos la referencia a los “argonautas”, a la exploración del territorio colombiano por parte de los navegantes indígenas, y así mismo al elemento del “viaje” que está presente de manera recurrente en las vistas aéreas que caracterizan las pinturas cartográficas de Martínez. El estilo, que para efectos de mayor comprensión podríamos ligar con el expresionismo abstracto que se desarrolló en Colombia a mediados del siglo XX con artistas como Alejandro Obregón, se encuentra relacionado con el pasado histórico al que el artista quiere aludir. Por ejemplo, el manejo expresivo de la mancha, que podemos asociar a la pintura hecha por los niños, está conectado también a lo que Martínez llama la infancia de la humanidad, los primeros siglos en que el ser humano vivía en comunidad con la naturaleza, y la ambición por el poder y por la posesión de los recursos aún no lo habían dominado. En sus propias palabras, la mancha se conecta a “Esa precariedad de la pintura como un acto primitivo que es vital para que el individuo pueda resistir en momentos como estos, inexplicables, llenos de incertidumbre”[5]. Estilísticamente el artista se encuentra constantemente en un ejercicio de contraposición entre lo abstracto de su pintura, lo azaroso y lo inaprensible, y el elemento narrativo asociado al título de las obras, la contención de la línea y los minúsculos dibujos. En suma, José Horacio Martínez busca por medio de esta serie representar la cosmovisión del indígena, asociada a la conexión íntima con la naturaleza, con los paisajes salvajes, los animales, lo fortuito de las condiciones ambientales, y esto lo logra a través del manejo intenso del color y la expresividad de la mancha. Su permanente interés por la representación de las minorías étnicas funciona como un llamado de atención al espectador, un ejercicio de concientización en el cual caemos en cuenta de la ínfima posición que ocupamos con respecto al territorio que nos rodea y de las condiciones azarosas de la naturaleza que, si bien nos hemos empeñado en controlar y predecir, escapan siempre a nuestro dominio.


Referencias

“José Horacio Martínez.” Banco de la República Actividad Cultural. Consultado el 12 de marzo de 2017. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/todaslasartes/viaje/viaje16.htm

“José Horacio Martínez: un neurótico de la pintura.” El Espectador. Consultado el 12 de marzo, 2017. http://www.elespectador.com/noticias/cultura/jose-horacio-martinez-un-neurotico-de-pintura-articulo-671494

Roldán-Alzate, Oscar y Martínez, José Horacio. Cartas de Argonauta. Bogotá: El Museo Galería, 2017.


[1] Rodríguez, “José Horacio Martínez: un neurótico de la pintura”

[2] Roldán-Alzate, “Cartas de Argonauta,” 07.

[3] Martínez, “Cartas de Argonauta,” 50.

[4] Ibid, 52.

[5] Ibid, 24.